Y entonces el inquilino se irguió airado. El abuelo tomó la tierra y tuvo que matar a los indios y expulsarlos de allí. Y el padre nació allí y hubo que quitar malezas y matar culebras. Luego vino un año malo y tuvo que solicitar un pequeño préstamo.
– Y nosotros nacimos aquí. Esos que están a la puerta -¡nuestros hijos! nacieron aquí. Y el padre tuvo que pedir un préstamo. Entonces el Banco poseyó la tierra, pero nosotros seguimos aquí, y logramos una pequeña parte de lo que habíamos cultivado.
-Sabemos eso…, todo eso. No somos nosotros, es el Banco. Un Banco no es como un hombre. Ni un propietario de cincuenta mil acres tampoco es como un hombre. Es el monstruo.
– Cierto -gritaba el inquilino-, pero es nuestra tierra. Nosotros la medimos y la surcamos con nuestros arados. Hemos nacido en ella, nos han matado en ella, hemos muerto en ella. Aunque no sea nuestra, sigue siendo buena. Esos es lo que la hace nuestra…, el haber nacido en ella, trabajado en ella, muerto en ella. Eso es lo que hace la posesión, no un papel con números.
– Lo lamentamos, no es culpa nuestra. Es el monstruo. El Banco no es como un hombre.
– Sí, pero el Banco consta sólo de hombres.
– No; se equivoca en ello… Está en un error. El Banco es algo más que un grupo de hombres. Sucede que todos los hombres de un Banco odian lo que hace el Banco, y sin embargo, el Banco lo hace. Le digo a usted que el Banco es mucho más que un grupo de hombres. Es el monstruo. Los hombres lo hicieron, pero no pueden someterlo.
Los inquilinos gritaron. El abuelo mató a los indios, el padre mató las culebras, en bien de la tierra. «Quizá nosotros podamos matar a los Bancos… Son peores que los indios y las culebras. Quizá tengamos que luchar para conservar nuestra tierra, como lo hicieron el padre y el abuelo.»
Entonces los hombres del propietario se encolerizaron.
– Tendrán que irse.
– Pero es nuestra – gritaron los inquilinos-. Nosotros….
– No , el Banco, el monstruo la posee. Tendrán que irse.